Movilidad y pandemia

Reflexionar sobre el concepto de vida humana en el que sus dos elementos, vida y humana, no se agotan uno al otro, es muy importante ya que muchas veces los términos se alojan y se rechazan en sentidos opuestos. En este sentido, la filósofa Judith Butler parte de una pregunta: “¿qué es una vida?”, interrogante a partir del cual desarrolla el concepto de precariedad de la vida entendida como una condición de la existencia humana asociada a la vulnerabilidad de todo sujeto. A la vez, la vida implica un conjunto de condiciones sociales y económicas que aseguran su viabilidad, de manera que sea digna de ser vivida y se garantice su permanencia. Butler (2010) plantea la vulnerabilidad del sujeto humano y redefine los términos de la corporalidad no como algo individual sino social y de evidente interdependencia con los otros que habitan el mismo espacio.
Estamos permanentemente expuestos a la acción de los otros sobre nuestra fragilidad corporal, lo cual nos vuelve completamente susceptibles a ser dañados o destruidos. Dicha posibilidad de ser afectados unos a otros nos compele a crear acciones para la protección de la vida. Para ello contamos con soportes materiales, afectivos y sociales a través de las normas que regulan y crean una infraestructura para la conservación de la vida. La posibilidad de la pérdida de la vida es lo que nos impele a cuidarla y, para que eso ocurra, debe establecerse que una existencia es valiosa para alguien para que pueda ser considerada como vida. Es debido a la posibilidad de la pérdida que podemos aunarnos en un “nosotros” ya que todos estamos expuestos a la misma condición. Sólo en situaciones en que la pérdida puede tener importancia, el valor de la vida toma relieve: si esa persona es importante para alguien se manifiesta la capacidad de ser llorado siendo esta condición un presupuesto para toda vida que importe.
Esta condición de fragilidad, vulnerabilidad ha sido patentizada en estos meses de pandemia a la que todos estuvimos expuestos. La circulación del virus, su movilidad, sus estragos y efectos fueron el campo en donde los sujetos humanos a nivel mundial se visibilizaron como organismos susceptibles de daño y muerte. El hecho de encontrarse amenazado, realzó la necesidad de cuidados contra este enemigo invisible pero concreto. Una amenaza que depende de cómo circulamos e interactuamos como cuerpos en los espacios y territorios. Vivir socialmente implica entonces, que nuestra vida está siempre en manos de otros en continua interdependencia, expuestos a los que conocemos y a los que no; es una exposición y dependencia a los demás, muchos de ellos anónimos. Es decir, que de manera recíproca se depende de los demás y se está en manos de otros influenciándonos y afectándonos mutuamente; de ello depende la propagación de los contagios y la posibilidad de disminuir las perdidas humanas.
Los esfuerzos de los gobiernos se centraron en pandemia en estudiar, regular, controlar para inculcar nuevas practicas para los intercambios imposibles de evitar entre seres humanos. Para esto es necesario el reconocimiento de que un ser vivo puede morir, lo cual hace necesario cuidarlo para que pueda vivir, es decir darle un marco a la vida como valiosa para el conjunto social. ¿Podemos hacer un parangón con el virus de la siniestralidad vial que no termina de ser enmarcada por los gobiernos para luchar contra ello?. Sería muy útil a los fines de la preservación vital, encontrar un modelo salud publica extendido a la seguridad vial . Implica en sí la ampliación de los derechos que competen a este aspecto causa de gran mortalidad naturalizada. Abordarlo con la fuerza y la intensidad con que se realiza el control de la pandemia seria aprehender nuevamente a reconocernos como vivos y humanos; valiosos y necesarios. Sería aprender a manejar nuestros cuerpos y cuidar del cuerpo del otro, cambio de prácticas y de costumbres centrándonos en ese “nosotros” que se construye en el espacio vial.
En general, imaginamos que un niño que nace es mantenido y cuidado por el mundo para que alcance la edad adulta, la vejez y muera. Su nacimiento supone una celebración de la vida para alguien, pero dicha celebración requiere intrínsecamente la convicción y comprensión implícita de que esa vida es merecedora de ser llorada si se perdiera. En su análisis considera que el cuerpo no es el límite para la individualidad entendida como sinónimo de autosuficiencia o de una corporalidad privativa y autónoma de mi persona; sino que entraña la corporalidad como un fenómeno social ya que patentiza, que no hay un ser singular en una totalidad cerrada, sino que es un ser con otros interdependientes: con lo humano, con el medio animal y con las tecnologías con las que se interactúa. Son vínculos de dependencia de los que ningún sujeto humano escapa para poder considerarse miembro de una sociedad.
La siniestralidad vial consecuencia de la circulación vehicular ( o sea cuerpos en movimiento) en un espacio publico provoca intercambios que generan miles de muerte por año en el mundo y en nuestro país. Es producto de la exposición de los cuerpos dañables y vulnerables propio de la vida humana. El propósito es darle el marco de reconocimiento a esta problemática para que sea abordada como una forma de cuidado de la vida y ética de la responsabilidad del cuidado de sí y de los demás. Esto pone en evidencia que todo cuerpo tiene una dependencia con respecto a otros cuerpos y a redes de apoyo que son imprescindibles para hacer una vida vivible. Pensar en estos términos la ontología corporal es darle un carácter político al cuerpo.
Mgter Marcela Alfaro- 
Foro de Familiares de Victimas de Siniestros Viales de la Provincia de Córdoba. 
Bibliografia:
Butler, J. (2009). Dar cuenta de sí mismo. Violencia ética y responsabilidad. Buenos Aires, Argentina: Amorrortu/Editores.
Butler, J. (2001). El grito de Antígona. Barcelona, España: El Roure Editorial.
Butler, J. (2006). Vida Precaria. El poder del duelo y la violencia. Buenos Aires, Argentina: Paidós.
Butler, J. (2009). Dar cuenta de sí mismo. Violencia ética y responsabilidad. Buenos Aires, Argentina: Amorrortu.
Butler, J. (2010). Marcos de guerra. Las vidas lloradas. Buenos Aires, Argentina: Paidós.
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